viernes, 13 de julio de 2007

El Eros del rockero


Hace casi 10 años atrás, en aquel loco 1999, cuando muchos creyeron que el mundo como lo conocían iba a caer en pedazos por culpa de un par de ceros que alguien olvidó, el mismo año que Naomi Klein golpea la mesa con No Logo y Lavín hacia gala del eterno olvido del chileno promedio (un ser que vive bajo la media de cualquier medición internacional) mientras caía 12 casillas en “La carrera del Poder” de Plaza Italia, había un canal de la televisión que nos tenía escuchando gente que el mismo medio había definido como los próceres trascendentales del rock chileno. Nuestros Henríquez, Gonzáles, Parras, Valenzuelas, Cabezas, Redoles y tantos otros discutían con el eterno inentendible (e inentendido) ser que mezclaba la realidad y la ficción en su propia cabeza cada vez que no estaba en el baño jalando frente al espejo. Enrique Simns, la primera polémica del recordado The Clinic del fin del milenio, el hombre que le juró al mundo que Jorge Gonzáles ejercía su bisexualidad con él, escandalizando a los medios mientras el Cura Tato hacía de las suyas allá arriba, en los barrios cordilleranos que están un poco más cerca del cielo.

Todos estos personajes, sentados gracias a la obra y gracia del ego que se expande después de tantos años ejerciendo la capitanía del rock chileno, hablaban a destajo de sus obras, del medio, de sus libros y discos acompañados de un trago más o menos fuerte, de cigarros en el ambiente del incombustible Bar Liguria. Pero obviamente había que vender algo que tradujera tanta retórica al simple intercambio monetario, es decir, un “disquito simpático” llamado “Rock del fin del mundo”, alegremente diseñado con la bandera chilena pintada sobre un delfín (¿existe algo menos rockero que un delfín?). Nunca compré el disco (en aquel loco 1999 solo Sergio Lagos con pinta de Dj era nuestra imagen de Internet, que nos invitaba a tener UOL mail; por lo tanto ni pensar en bajar música), mas cada vez que sale un compilado tan ecléctico se entiende que se busca atrapar el espíritu de una época, de una circunstancia, o bien de un movimiento para generar dinero repasando lo que hemos visto o escuchado ya un millón de veces.

En una de las entrevistas estaban los entonces partners Álvaro Henríquez y Simns, complementos raros cuando al entrevistador no se le entendía lo que hablaba y el entrevistado solo hablaba pensado en el próximo vodka. Pero tocaron un tema en especial, el que le da motivo a estas letras, y que desecharon tan rápido como el ejercicio del tema. La total ausencia del erotismo en nuestro contundente y revolucionario rock debido a lo que ellos planteaban como la falta de la mujer al interior de la música de esos años y de lo centrado que estaba la creación en el propio autor en relación con el mundo exterior y no con el mundo privado. Mientras tanto, un año antes tras la cordillera, Soda Stereo se daba un lujo y convertía el soundtrack del yuppie promedio en un disco disfrutable en cualquier cama con más de una persona, solo para que después Cerati solo nos enseñara 15 formas diferentes de placer con “Bocanada”. ¿Qué pasa con Chile? ¿Será que Alberto Plaza, Scaramelli o tantos otros terminaron por acabar con el concepto de “música de pareja”?

La música rock chilena no tiene musas tan connotadas durante los 90’s como para hablar de erotismo. Muchos pensarán en Javiera Parra, pero la carga del apellido da más pudor que cualquier otra cosa y a decir verdad canciones como “Humedad” eran más fogateras que un relato para mirarse a los ojos y morderse los labios. Con el paso de los años apareció Denisse Malebrán, la chica de Saiko, cuya figura y expresividad nos golpeó con fuerza tanto más que su discurso social certero, calculado y con olor a vino tinto caliente con naranja y azúcar que muchos no probamos porque sentimos que los ingredientes del discurso se nos pusieron transgénicos y con sabor a harina de pescado (dato aparte: Denisse estudiaba sociología y dejó la carrera por la música en Chile… sinceramente no me atrevo a opinar, por poco y cargo con el mismo pecado). Este último ejemplo nos dice algo bien concreto, y es que lo social puede revolucionarnos en la calle pero no en la cama con nuestra pareja. El espacio social no es íntimo aún cuando lo íntimo esté en todos lados, porque el uno al otro no se invaden, si no que coexisten gracias a nuestras ganas de ejercer como queramos el erotismo. O en palabras más sencillas, enrollarse entre las sabanas con esa imagen de Denisse era un suicidio si no éramos capaces de satisfacerla a plenitud, sobre todo cuando el ejercicio del erotismo debería ser un lugar común, una construcción intuitiva y de sensaciones que nacen en el roce de la piel.

Más allá de los ejemplos, lo cierto es que culpar a la mujer de la falta de erotismo en el rock chileno es la forma tienen nuestros espartanos músicos de sacarle el problema de encima y seguir en la retórica y el amiguismo que han cultivado todos estos años; después de todo aquellos que seguimos una banda terminamos hablando/cantando en el lenguaje y los términos de quien escuchamos. Igualmente Jorge Gonzáles, con el notable y malentendido “Corazones” incursionó en lo que nadie esperaba, en la dolencia de la carne como erotismo, en los juegos escondidos y en las heridas curadas con saliva, pero con el pequeño detalle que su figura tenía una imagen tan social que nadie entendió (ni le creyeron mucho tampoco) su proceso de cambio a la vida privada que culminó con discos tan notables y desconocidos como “El futuro se fue” o “Mi destino”(la del gato con audífonos en la portada del disco). Igualmente Gonzáles le deja una enseñanza al mundo, y es que el erotismo se construye con sinceridad tanto en el mensaje (“suena el teléfono y yo sé quien eres”) como en el acto de pareja.

Así como Jorge era el patito feo (raro y odioso) del lago, las chicas tenían todo el derecho a deleitarse con una voz que les insinuara cosas al oído, que les respirara en la boca y que todas quisieran poseer, pero solo una a la vez. Desde Lucybell, esa banda de nombre raro y con integrantes que hacían de brit-alternative-punkrockers-electronic-fusion (los Pulp’s o los Blur’s eran los nerds-cool por aquellos años) emergía una figura aparte, como era la de Claudio Valenzuela. Tipo misterioso, con la cara de siempre estar pensando en “lo que te voy a hacerte”, como buen vocalista y frontman se llevaba gran parte de las luces en los conciertos, coartado eso si por los bruscos y onderos movimientos de sus músicos acompañantes. Pero tal y como se separa Pulp, también había que afrontar la realidad de nuestra época, esa donde las teenagers salieron de la Blondie y ocuparon las calles (el primer paso fue, eso si, la moda gótica en Falabella y el salto definitivo fue Nicolas Copano regalando entradas para Bal-e-Duc), y en donde la imagen es la esencia y la música ya no es mera expresión, si no estilo de vida, tal como esas mutaciones de la publicidad con Adidas o Nestlé. Es por eso que Valenzuela, al deshacerse de parte de sus compañeros y simplificar la banda, emerge como figura, como un camaleón que se transforma de brit-rock-pop a vampiro y luego quien sabe en que cosa que amerite el momento. Es sin duda la gran imagen del erotismo en el rock chileno, pero las chicas están empezando a gustar de los Molkos en vez del macho recio, por lo que posiblemente veamos a Lucybell en su nuevo disco saliendo abiertamente del closet y declarando la necesidad de respetar la variedad sexual buscando así conseguir un disco de platino más para que su compañía les renueve contrato.

Después de todo este recorrido, las conclusiones quedan abiertas porque el erotismo y su ejercicio no le pertenecen a nadie. Lo concreto es que sin duda los rockeros chilenos de los noventa hoy, en casi todos los casos, están un poco más viejos idiotas y gordos porque diez o quince años no pasan en vano, que el disco ese no fue la gran cosa y que es muy difícil que Via X vuelva a hacer lo mismo en el 2010.

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