jueves, 5 de junio de 2008

Adios General, Bienvenido el carnaval




Chile tiene un gusto extraño por hacernos ver a los que pensamos de manera diferente al común como monstruos sin sentimientos, como malos ciudadanos o simplemente como personas que no merecen siquiera ser tomadas en consideración. Somos los que no salimos en las noticias entrevistados por periodistas que resumen el clamor social en la esquina de Lyon con Providencia, los que no cabemos en el concepto de “gente normal” y con suerte nos sentimos identificados por las grandes máximas televisivas. Con lo último me refiero principalmente a lo que trajo consigo la muerte del General de Carabineros en Panamá: estamos en frente de una tragedia que devela tantas otras que el luto impuesto por las autoridades parece una broma de mal gusto, otra de las pataletas de lo que va quedando de nuestra querida generación política “progre” que día a día nos enseña la importancia de abrir la boca solo para ser correctos en un espíritu cívico.

Así, a simple cuenta, los canales de televisión chilena siguieron la noticia por cerca de ocho horas continuas en una cadena nacional que vivió varios puntos álgidos entre los que se cuentan que emisora daba el golpe avisando de la muerte, las primeras imágenes pixeladas en directo que solo simbolizaban la confusión inicial, la presidencia y el gabinete en masa llorando la tragedia y por sobretodo el momento más espectacular: el nombramiento de la figura del difunto General de Carabineros como “El general del Pueblo”. La muerte de alguien que amenazaba a delincuentes por televisión, mandaba recados a los jueces y que con su poca labia daba discursos de moral ciudadana no es otra cosa que presenciar ante nuestros ojos con lujo de detalles el marco de una de nuestras mayores vergüenzas: vomitar lo que queremos decir sin tener mucha idea de lo que se está diciendo. Para el General Bernales no existía una lucha histórica reivindicativa de la izquierda armada, de las zonas de Santiago donde las batallas en dictadura se desarrollaban diariamente, no existía una memoria que hace eco a la violencia por culpa de nuestros queridos “progres” que armaron una democracia a su gusto y con sectores sin capacidad de surgir en los estándares de calidad de vida que tanto se critica en las investigaciones sociales; más bien había delincuentes en barrios pobres, personas que portaban ideas ilegales. El vuelco o la excusa para avalar esta posición no dejaba de ser interesante pues poner a la familia (a la comunidad) de carabineros como principal afectado era un sustento moral tan grande como sus propios vacíos en la práctica (vacíos que por lo demás se hacen efectivos en las grandes ganancias políticas que vamos a empezar a ver de ahora en adelante).

Tras tres días de duelo oficial en los medios logramos divisar un variopinto de ciudadanos consternados por la tragedia; una muestra estéticamente bien definida (escolares, pobres, políticos, empresarios y fuerzas armadas) hacía fila para encontrarse de frente con los cuerpos mutilados de estos héroes de la nación, del pueblo. En las calles las pergoleras, la ciudadanía en las aceras con pañuelos blancos y un hondo pesar gritaban la cercanía del fallecido General a través de anécdotas; como muchas otras veces la gente se fundía en abrazos con Carabineros. Si la tragedia es signo de unión, la sociedad perfecta se sustenta en lágrimas, dolor y paradojas. Da la impresión que la voz quebrada de Bachelet (según los medios muy cercana a Bernales) humaniza lo inhumanizable: su subida en las encuestas de aprobación que vendrán. Lo anterior no es en ningún caso una utilización, es más bien una forma muy “progre” de publicidad y aval de los discursos de la democracia chilena. Como lo comenta Pato Navia en su blog es muy difícil ver en Europa que las tragedias oficiales se llenen de figuras oficiales, sin embargo, aquí Adolfo Zaldivar aparece en un riguroso luto y Chadwich es uno más afuera de la escuela de Carabineros. Queda claro que el efectismo mediático no solo esta en manos de los medios, si no también pueden llegar hasta las constituciones políticas a través de mandatos y representaciones, de la moral republicana que se asemeja a una polilla detrás de las grandes luces solo para valerse de una inquietante presencia.


Durante el mandato de Bernales se dio a conocer a la luz pública la primera pareja de Carabineros homosexuales quienes cargaron con la deshonra institucional por su tendencia, la golpiza a fotógrafos y escolares durante el movimiento estudiantil por parte de furiosos restablecedores de la calma en la vía pública, programas de televisión que apoyados por las planas mayores mostraban la realidad: drogas, xenofobia a los peruanos en Chile, odio a zonas populosas como Puente Alto o La Pintana y en otras partes del país, ignorancia de los porqué de cómo suceden esas “lacras sociales”, una construcción de la realidad basada en el miedo al otro que no conocemos, sobrevalorando a su vez el actuar de Carabineros como moral de estos tiempos. Si fuera por moral habría que hablar de la pomposidad de moverse en helicóptero en trayectos cortos como sucedió con la tragedia o de las divagaciones balbuceante y sedientas de culpa sobre este evento.

Sin duda se ha ido alguien importante para Carabineros, alguien que supo moverse entre la institucionalidad y las pasiones desbocadas de los que claman por las penas del infierno algo que no reconocen a cabalidad creando así empatía en quienes no encuentran respuestas efectivas a lo que les violenta. Bernales, el general de ese travestido llamado pueblo ciudadano, hoy es héroe y mártir servido en el plato de las ventajas políticas, de la ignorancia y por sobre todo de nuestra mayor tragedia: ser espectadores de nuestra propia culpa. La vara quedará alta en términos mediáticos para sus sucesores pero aún así lo que se espera es que la muerte y valoración de Bernales sea un primer paso para quienes los medios denominan como pueblo en la necesidad de que estas instituciones están para servir y no para servirse en quienes se sustenta. Suena como una utopía con olor a hippie… después de la sobredosis en los medios cualquiera se ve afectado.